Ahí estaba ese niño de diez años sentado junto a su abuelo. David se llamaba el niño que absorto escuchaba la historia de un grupo de personas que había pasado su vida en una caverna oscura y húmeda. Ellos no conocían otra realidad más que esa, pero uno del grupo se atrevió a explorar un poco y descubrió la salida, se maravilló con la luz, con el calor del sol, la brisa y la libertad. ¿Qué hizo? Decidió regresar para darle a los demás la noticia que seguro los emocionaría. ¡Cuál no sería su sorpresa al ver que sus compañeros se negaron a creerle! Es más, le aconsejaron no salir, le dijeron que se quedara en ese espacio seguro y conocido, donde nada malo le sucedería. 

“¿Ves, hijo lo terrible que es dejarnos dominar por el temor al cambio, al descubrimiento y el aprendizaje que nos brinda la libertad de ir más allá?”, le decía el abuelo a su nieto que asentía con su cabeza y pensaba: “Yo no permitiré que el miedo me impida salir de la cueva. Si los demás quieren quedarse ahí, saldré a traer fuego para mostrarles la salida”.

Ese niño no sabía que sería una tarea tan difícil lograr su sueño de atreverse a explorar y aprender para ayudar a las personas a descubrir su luz interior y despertar para que aprovecharan sus talentos. Pero no se dio por vencido. El mito platónico de la caverna le caló hasta los huesos y se convirtió en su propósito de vida. 

Creció y disfrutó de cada nuevo aprendizaje que podía compartir. Se metió de cabeza en el mundo del desarrollo personal y empresarial. Se graduó de los más prestigiosos programas y en ese proceso descubrió un dolor al que nadie le había encontrado alivio: la academia estaba asfixiando al liceo. Hacía falta un espacio de mentoría donde la practicidad fuera primordial, donde se integrarán los fundamentos teóricos con las herramientas y estrategias de aplicación inmediata. Así buscó a otros amigos tan inquietos como él y juntos fundaron una universidad corporativa alejada de lo convencional que cambiaría el paradigma de la educación corporativa. 

Como David hay muchas personas inconformes a quienes les apasiona explorar los límites del status quo para descubrir que siempre hay algo más allá. Esas personas son las que se atreven a salir de la caverna, las que marcan el inicio de nuevas eras y abren brecha. ¿Es fácil? ¡Por supuesto que no! Al contrario, incluso es peligroso porque esa actitud pionera es admirada y odiada al mismo tiempo. 

A todos nos atraen las personas que irradian luz propia. Admiramos al profesional, al emprendedor que nos muestra sus éxitos con una sonrisa encantadora, pero se nos olvida que tal vez años antes esa misma persona no lucía tan radiante, sumida en el proceso de experimentar, de fracasar y volver a intentarlo. 

¿A cuántas personas conoces que ahora están en esa tortuosa travesía de idear una solución para ofrecer al mundo? Literalmente ellos son ese esclavo que descubrió la salida y está intentando mostrarte la ruta hacia una nueva realidad. ¿Qué tal si despertamos a nuestro poder para cambiar la realidad? ¿Qué tal si abrimos nuestra mente y corazón para desarraigarnos de la obsolescencia programada? ¿Qué tal si abrazamos el rasgo más noble de nuestra naturaleza humana: la capacidad de explorar nuestros límites y emprender en busca de un mejor futuro para todos?

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